Flora pantanosa del Carbonífero en Villanueva del Río y Minas (y II)









De modo que teníamos Lepidodendron, Sigillaria, y las raíces de ambos: Stigmaria, todo ello de la clase de las licopodiópsidas. En la clase de los equisetópsidos encontramos un tercer árbol frecuente en los pantanos del Carbonífero: los CALAMITES. Sus troncos y ramas eran segmentados, con entrenudos y nudos, y de los nudos salían hojitas. Una impresión carbonizada se ve en esta foto, a la izquierda, en la cual se distinguen los entrenudos, y las hojas lineares que salían de los nudos.

Los troncos de Calamites perdían la médula central, y quedaban por tanto huecos. Ese hueco era rellenado por sedimento en el pantano. Los rellenos de la cavidad medular (a la derecha en la misma foto) presentan estrías en vertical, relacionadas con los haces verticales de vasos conductores de savia que limitaban la cavidad medular. A la altura de los nudos los haces se dividían y reagrupaban, marcando bien el nudo; ello se aprecia con claridad en la parte central del siguiente fragmento:


Las hojas de las ramitas finas de Calamites se disponen también alrededor de los nuditos, de manera radial, y así dibujan formas como estrelladas. Varios ejemplos:

Estas hojas suelen aparecer aparte de los moldes internos y otros restos, y reciben por ello nombres propios: las de la foto creo que son Annularia.

Así pues: Lepidodendron, Sigillaria y sus raíces Stigmaria entre los licopodiópsidos, y Calamites y sus hojas Annularia entre los equisetópsidos. Añadamos la clase de los pteridópsidos, es decir: los HELECHOS propiamente dichos, también frecuentes en los pantanos del Carbonífero, ya con porte arbustivo o arbóreo (como los anteriores), ya con portes menores.

Lo más característico de los helechos son sus hojas amplias, que todos conocemos, divididas en hojitas o pínnulas. Ejemplos muy reconocibles de estas últimas aparecen en la foto inferior, donde cada pínnula se extiende en contacto con el eje hasta la siguiente pínnula:

Un bonito ejemplo de fronde delicadamente conservada, de pínnulas más raritas, se recoge a continuación:

Imaginemos ahora el paisaje general del bosque pantanoso aquel. Habría altos LEPIDODENDRON de copa ramificada, con pinta de árbol actual; altas SIGILLARIA sin ramificar, o tan solo bifurcadas, con hojas largas al final, que recordarían a palmeras; CALAMITES arbóreos o arbustivos que vendrían a ser como sus parientes actuales, los Equisetum o colas de caballo, pero a lo bestia; otros equisetópsidos que no hemos incluido pero que serían enredaderas similares al Galium actual (“amor del hortelano”); y HELECHOS de variados aspectos y portes. Los Calamites estarían en zonas colmatadas de agua, los Lepidodendron y Sigillaria un poquito más retirados, y los helechos ocuparían diversos nichos ecológicos. Todos crecían en una cuenca en progresivo hundimiento, que recibía aportes de sedimentos como arenas y limos. La defectuosa descomposición de la materia vegetal en un medio pantanoso mal oxigenado, junto con el enterramiento, hizo que la materia vegetal se conservara. Con el calentamiento y la presión producidos por enterramiento y otros avatares, dicha materia liberó su oxígeno e hidrógeno, así que concentró su carbono; y al resultado lo llamamos carbón. En la foto, capas de carbón (antigua materia vegetal) alternando con capas de arenas y limos grises:

La explotación de las distintas capas de carbón fue durante mucho tiempo el centro de la vida económica y social de Villanueva de las Minas (de ahí su nombre), y ha marcado por completo el paisaje físico: las extensas escombreras, las instalaciones de Minas de la Reunión, la corta de San Antonio (“el lago”), el puente del ferrocarril, la arquitectura...

Un último apunte. Las tres clases de plantas aludidas, es decir licopodiópsidas, equisetópsidas y pteridópsidas, pertenecen al gran grupo de las “PTERIDOFITAS”. Se trata de plantas con haces conductores de savia, y con raíz, tallo y hojas, pero que no producían semillas como la mayoría de plantas vasculares actuales, sino que hacían las cosas de una manera más indirecta (que no contaremos aquí). Las pteridofitas dominaron la flora terrestre desde finales del periodo Silúrico hasta mediados del Pérmico, en lo que a veces se ha llamado “Paleofítico”. En realidad, habría muchos matices que hacer: por ejemplo, las gimnospermas ya existían en el Paleofítico; en las tres clases de pteridofitas vistas se llegó a la generación de semillas (“lepidospermas”, Calamocarpon, “pteridospermas”); hay pteridofitos sin raíces y hasta sin hojas (psilotópsidos y psilofitópsidos); etc. Pero esto ya son temas más áridos. Y hay que tener cuidado con la aridez, que es lo que acabó en el Pérmico con los pteridofitos arbóreos, sustituidos por gimnospermas, más adaptadas. Hoy, quedan solo pteridofitos en general pequeños y en sitios no áridos: licopodios, selaginelas, colas de caballo, Psilotum, y sobre todo helechos (algunos, estos sí, arborescentes).