Red viva a la deriva (Ordovícico, Cañaveral de León)

Preámbulo. A los geólogos, propensos al vicio, se les van los ojos detrás de cualquier lugar que enseñe piedra fresca y lozana. Por eso son tan forofos de unos sitios muy incómodos: los taludes de las carreteras. Por ejemplo, cuando a un geólogo al volante se le empiezan a menear los ojos como si entrara en fase REM, no es sino que se debate entre la compulsión geológica de mirar hacia el talud, y el instinto de supervivencia, que le ruega que mire hacia el asfalto. Se sabe que algunos geólogos han llegado a ensayar la virtud camaleónica de dedicar un ojo al talud, y el otro a la carretera, y de paso medio cerebro a cada cosa; pero han acabado accidentados, con trastornos de la personalidad, o encaramados a una ramita y lanzando su lengua contra los saltamontes. Por eso, si encuentra un aparente camaleón por el campo, pruebe a decirle que ha visto fósiles en una losa de "mármol"; si se pone rojo y estalla, es que era un geólogo. Nosotros vamos ahora a practicar un poco de esta "geología de cuneta", pero más cabalmente: aparcando en buen sitio, echando pie a tierra, y embutidos en un chaleco reflectante horrible, a fin de llamar la atención de los conductores y que sepan contra quién arremeter. 

En un talud de la carretera que va de Cañaveral de León al embalse de Aracena, encontramos esto:



Mirad lo que aparece entre las láminas de pizarra. Es como una lámina perforada, o más bien como unos cordones entrelazados a modo de red. De hecho, durante el periodo Ordovícico fue algo así: una red en miniatura a la deriva dentro del agua marina. Y además una red viva, que "pescaba" para sí misma. Lo explicamos.

Dentro de las "cuerdas" de la "red" vivían, regularmente espaciados, unos bichillos minúsculos y clónicos. Los había de tres tipos, y se repartían las funciones. Algunos de ellos asomaban sus "remos" y sus "manos", y los agitaban coordinadamente; así generaban microcorrientes de agua, atrapaban partículas nutritivas, y evitaban que se hundiera la red común. Tras la muerte de la colonia, sin nadie a bordo, la red cayó al fondo, y acabó petrificándose junto con las capitas de lodo. El resultado es lo que vemos en la foto.

Pero, ¿cómo se llamaba ese bicho? Bueno, no se llamaba de ninguna manera, porque en el Ordovícico no había nadie que lo llamara; hoy lo llamamos Sagenograptus murrayi. Pertenece al gran grupo de los graptolitos, pero a un subgrupo raro, con graptolitos muy distintos de los más típicos que veremos en otra entrada. A decir verdad, hubo graptolitos todavía más raros, que ni siquiera flotaban, sino que eran como redes o arbustitos en miniatura pegados al fondo marino... pero no complicaremos más las cosas.

En el mismo talud de Cañaveral de León aparecen otros graptolitos. Entre ellos, destacamos uno que fue descrito por primera vez justo en este lugar, dentro de la provincia de Huelva, y por eso se lo llamó Paradelograptus onubensis. Es más similar a los graptolitos típicos, sin serlo del todo. Aquí enlazo un artículo sobre él: https://digital.csic.es/bitstream/10261/188382/1/Paradelograptus%20onubensis_GutierrezMarco.pdf . Y aquí pongo el cartel del Vigésimo Encuentro de Jóvenes Investigadores en Paleontología, que se celebró en 2022 en Cañaveral de León, y que llevaba dicho graptolito como logotipo: 

En otra entrada posterior trataremos a los graptolitos típicos, típicos de verdad. 

Por cierto, gracias a Ignacio Garzón, geólogo de la zona, por darme información sobre este talud, que naturalmente da más de sí de lo que he recogido yo en esta entrada.