Las pizarras escritas: su historia (Silúrico, Constantina-Cazalla)


Conducimos por una carretera secundaria (en realidad son todas cuaternarias) de la Sierra Morena sevillana. Por algún motivo, de apariencia banal y en la práctica imperioso, detenemos el coche, nos apeamos y nos situamos de cara a un talud. Al pie, unos trozos de pizarras negras; quizá nos llama un poco la atención su profunda negrura, o ciertas marcas blancas... poco más. El conjunto es de apariencia corriente, anodina, hasta vulgar dirían muchos. Pero nosotros no. Nosotros sabemos que, con frecuencia, lo interesante no es lo llamativo, y aquí hay una incógnita que despejar. Debemos consultar a quien sabe. En consecuencia, con educación, con deferencia, incluso con cierta genuflexión reverencial, damos un paso hacia el talud, tomamos una piedra y le presentamos nuestro respeto. Y le pedimos a la abuela piedra si tendría a bien contarnos su vida. Nos responde:

"Mira, hijo, tú me ves aquí, tan quieta, tan silenciosa, al borde de un camino, de negro, como si estuviera de luto... Pero soy lo que soy por mi negra infancia y por mi larga vida de apreturas. Vosotros pensáis que os creó del barro ese dios tan joven, ¿verdad? Bueno, yo también nací del barro. Y no fue en un edén ideal, sino en un fondo marino sin oxígeno. Allí todo era lodo, podredumbre y peste. Yo misma era lodo, podredumbre y peste: lodo (escamitas de arcilla y agua), podredumbre (pequeños restos que caían de arriba y no se descomponían bien) y peste (por el sulfhídrico que desprendía esa mala podredumbre). Así nací. Sobre mí y en mí vivían nada más que microbios. Unos descomponían la materia orgánica en partículas orgánicas más pequeñas, otros trasformaban el sulfhídrico en partículas de sulfuro de hierro... y a mí las dos clases de partículas me ponían negra. En esta tesitura pasé mi infancia. Después, me fueron naciendo encima mis hermanas, las sucesivas capas, y me fueron aplastando. Fíjate, enterrada, tan joven... ese es el sino de nosotras las sedimentarias. De ese modo comenzaron mis apreturas. Con el aplastamiento y con el calor de la profundidad, me deshidraté, mis escamitas de arcilla se pegaron, se pusieron horizontales, se transformaron. Me volví dura como una piedra. Mi materia orgánica "maduró" hasta hacerme sudar hidrocarburos. Aguanté mucha presión. Se me hizo larguísima aquella época; fue como si durara millones de años. De hecho duró todo el resto del Silúrico, y parte del Devónico. Pero aún quedaba lo peor. En el Devónico y en el Carbonífero, Gondwana y Laurrusia, los continentes de ambas orillas de aquel mar, me apretaron también desde los lados, mientras se acercaban y chocaban. Me doblé, me torcí, me fracturé, me vi empotrada en las tripas de una gran cordillera entre los dos continentes, que ya eran uno solo. Mucho más tarde, todo aquello se dividió en enormes trozos, y un trozo arrasado de aquella cordillera es el corazón de vuestra península Ibérica, incluida esta parte recientemente elevada que llamáis Sierra Morena. Hoy, a la vejez, la erosión me ha quitado un peso de encima, y aquí estoy, saliendo a la superficie, trasformándome en un suelo donde crecen jaras y encinas, donde bullen larvas, donde se resguardan gazapos... Hasta que vinisteis vosotros a cortarme con la puñetera carretera, y luego a darme martillazos y arrancarme cachitos para no sé qué tontería pedante vuestra, como los vándalos que sois. Qué juventud, no tenéis respeto. ¡Que Gea os fulmine! (Y os fulminará pronto, sin duda. No podéis entenderlo, porque no está a vuestro alcance, pero vuestra duración como especie es una minucia para nosotras. Un metro de mí representa tanto tiempo del Silúrico como el que hace que existís vosotros en el Cuaternario. Y, ¿ves mis rayas blancas? Son graptolitos fosilizados. La mayoría de sus especies duró más que vosotros, y aquí las tienes...)"