Los cabezos entre Huelva y Bonares

En este punto, una carretera corta un “cabezo”, un cerro de los que abundan entre Bonares y la propia ciudad de Huelva. Si nos aproximamos al talud, vemos que consta de capas arenosas y limosas, entre las cuales se intercalan algunas capas llenísimas de conchas marinas (el martillo, en amarillo, da idea del tamaño):
  En azul se enmarcan las ostras; en amarillo, otros moluscos bivalvos (en este caso tal vez Glycimeris); en rojo, caracoles en forma de torrecilla; en verde, escafópodos, que vivían y viven pinchados en el sedimento, con la boca hacia abajo y el otro extremo asomando. Hay un montón de restos más, con frecuencia muy rotos. 

Algunas conchas exhiben orificios realizados por otros organismos: por ejemplo, agujeros hechos a modo de “butrón” para comerse al bicho de dentro (recuadro negro), y orificios con trazado en “U” realizados por gusanitos para usarlos de madriguera (recuadro morado):

Entre estas capas singulares llenas de conchas, hay tramos de mayor espesor, donde las conchas se encuentran más espaciadas, pero más enteras. En el caso de los bivalvos, suelen encontrarse las dos valvas unidas como estaban en vida (recuadro marrón); y además, se conservan estupendas madrigueras verticales realizadas en el fondo marino por cangrejos (cuadros blancos):

A continuación, en azul, fósiles de balanos, y un detalle de una de las plaquitas triangulares que recubrían su cuerpo a modo de volcancito:

Así que tenemos unas capas concretas riquísimas en conchas, y entre ellas tramos mayores con las conchas más espaciadas y menos rotas y con madrigueras. Todo este material se depositó durante el Plioceno (última época del periodo Neógeno), cuando este sector de la Depresión del Guadalquivir aún era una cuenca marina que se estaba rellenando, y el fondo aún no había emergido. En realidad, lo que se iba depositando en aquel fondo marino se parecía más a los tramos con conchas espaciadas y madrigueras; lo que ocurre es que, de cuando en cuando, intervenía una tempestad, las olas profundizaban hasta tocar el fondo marino, removían una parte de su sedimento, y mientras que las partículas de arena y limo eran retiradas, las conchas, más pesadas, se acumulaban todas juntas. Así se formaron las capas aisladas ricas en conchas.

En las dos fotos siguientes se observan bivalvos pectínidos, con las típicas orejitas en las valvas (género Amusium, creo):

Las motitas negras que se aprecian en las dos fotos sobre este párrafo no son una mera anécdota. Son granulitos glauconíticos, o sea pegotillos del mineral glauconita, que usualmente aparecen bajo condiciones de ascenso del nivel del mar. Dentro de la “formación Arenas de Huelva” (que es la pila de capas que estamos tratando), los gránulos de glauconita aparecen en la parte inferior, cerca del contacto con la “formación Arcillas de Gibraleón” (que es la pila de debajo). Ambas forman parte del relleno de la cuenca marina que entonces era la Depresión del Guadalquivir.

Tras dicho relleno, la elevación de la región hizo que estas capas de origen marino quedaran expuestas al aire, bajo la acción erosiva de la lluvia y los ríos, que excavaron vaguadas y dejaron cerros aislados en cuyas laderas se observa la antigua superposición de capas (primera foto de esta entrada). Tales cerros, repartidos por Bonares, Lucena, Huelva capital, etc., se llaman allí “cabezos”.

Para acabar, un hueso de ballena, que también los hay (recuadrado en verde claro), con otros restos fósiles de bivalvos (pectínido, en gris):

Dejo un enlace a un artículo de blog de Miguel Rodríguez, centrado en los dientes de tiburón de estos materiales, con algunas magníficas fotos:http://politica-y-opinion.lacoctelera.net/post/2008/05/07/fosiles-huelva-capital. Y también coloco un enlace a un vídeo cuyo segundo tramo se refiere precisamente a estos cabezos: